miércoles, 3 de julio de 2019

1. El nuevo realismo

 
Desde el punto de vista del conocimiento es un momento privilegiado. Desde el punto de vista de la supervivencia es un momento agónico. La conexión entre ambas cosas podría no ser casual. ¿Sabríamos tanto de ecosistemas y su degradación,  y de evolución de las especies si no fuera en el marco de la sexta gran extinción de la vida? ¿O de los fenómenos cuánticos que habilitan nuestros chips sin el peligro acuciante de la escalada armamentística nuclear?
 
 
El filósofo poskantiano Mark Gabriel nos recuerda que, por definición, la filosofía es promoción del conocimiento. Por tanto no debe limitarse a pura especulación que tira de sus propios cabellos, debe poseer una sustancia científica. En este sentido, nunca un panorama tan profundo para ella, justo en la enésima revuelta de su autodisolución. Un discurso arcano para expertos especializados, enclaustrados en sus códigos ilegibles, engrilletados en sus fórmulas y sortilegios. La filosofía posmoderna se quiere solo lenguaje, porque pretende a la realidad solo lenguaje que retorcer, hasta garabatear muchos libros. La sensación que resta de ellos es que se trata de tesis mucho más sencillas que todo eso o complicaciones discursivas desechables. En esta noche en que todos los gatos son pardos, entretanto el ecosistema planetario y la viabilidad civilizacional se iban al carajo. 
 
 
Como contrapeso, nadie se la toma demasiado en serio. Hoy como ayer. Hoy además comprobamos la irrupción omniabarcante de una cultura de la imagen y los relatos exponenciada, y un arrinconamiento como ayer de la lectura y la argumentación escrita de tipo elitista. Todo en orden.
 
 
Tomemos al poskantiano Gabriel. No podemos forjarnos una representación del mundo porque no existe. Lo que existe ocurre en el mundo. La propia evolución cósmica desde el Big Bang ocurre en el mundo, si nos basamos en el horizonte actual de conocimiento, bordeado eso sí por múltiple especulación. Como decía el propio Kant: ésta resulta inevitable, en el afán de la razón por superar sus propios límites, lo que siempre ha conducido a jugosas paradojas. Accedemos entonces a representaciones del mundo fragmentarias, no existe desde el horizonte perceptivo-conceptual una representación del propio mundo en sí mismo. Este es nouménico, decía Kant. Una idea metafísica de contenido inaccesible. Gabriel nos insiste en ello en palabras más llanas, menos técnicas que las del propio Kant. Y sigue resultando estimulante. En Gabriel supone el fundamento para la defensa de la posibilidad de conocimiento de lo real. El conocimiento lo es de lo real, lo real se presenta siempre como conocimiento. La vieja identidad parmenídea entre ser y pensar. Puesto que si no pudiésemos conocer lo real, tampoco podríamos saber eso, alega Gabriel. Luego la tesis gorgiana se agota en su propia irrelevancia. También la tesis socrática, en esa misma filiación: o solo sabemos que no sabemos nada, o no sabemos nada, argumenta Gabriel. En ambos casos, proposiciones que solo encallan eternamente en sí mismas.
Recuerda a la irrefutable precisión de Platón sobre el escepticismo: no puede afirmarse que no existe ninguna verdad sin pretender estar enunciando la más general de todas las verdades. El escepticismo se autorrefuta. Dudas sobre el escepticismo, condensa irónicamente el realista crítico Bunge. Por supuesto, refiere al escepticismo absoluto que se quiere irrebasable.
 
 
El presente, lo presente, solo pervive como hipótesis metafísica, como fundamento en sí mismo incognoscible, a partir del cual existimos y conocemos. Solo contamos con sus representaciones. Nuestras representaciones perceptivas del mundo junto con sus conceptos asociados resultan un precipitado que como mínimo conlleva décimas de segundo de retraso respecto al estímulo, al contacto, nos dice la ciencia. Vivimos, sentimos y pensamos en la memoria de las cosas. En el caso de estrellas o galaxias, llevamos incluso miles de millones de años de retraso. Colores, formas y sonidos, recuerdos, fantasías, representan una realidad anterior que solo aparece en cuanto representada, en una segunda presentación de prestado. Representan en nuestro cerebro cosas como la energía electromagnética. Que no deja de ser un nombre con el que unificamos procesos que en sí mismos quedan más allá de nuestra percepción, pero cuyas propiedades conceptualizamos a partir de señales en aparatos y en fenómenos perceptibles muy diversos. Sin tantas mediaciones no hay conocimiento posible: pero el conocimiento es posible por la realidad de todas esas mediaciones, que conforman esa realidad representada. ¡Y que son, deben ser por sí mismas reales, en nuestro afán de congruencia! En definitiva, se le tiene a Gabriel como máximo exponente metafísico del nuevo realismo. Pero podíamos haber pasado muy extensamente por Mario Bunge, se me ocurre como otro gran exponente.
 
 
 
 

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