viernes, 5 de julio de 2019

6. Fundamentaciones éticas

 
Los derechos humanos son un ideal de la razón. De inspiración ilustrada, se radican en la convicción de un principio racional de la filosofía práctica: la igualdad de todos los seres humanos con independencia de sus contingencias culturales, raciales, sexuales, etc. Igualdad en valor y dignidad. Lo expresa esa formulación resumitoria del imperativo categórico kantiano: trata al otro como un fin en sí mismo, no como un medio o instrumento de tus intereses egoístas.
 
 
 Dos esferas radicalmente separadas desde la modernidad cartesiana resuenan en Kant. El reino de la necesidad, regido por implacables leyes naturales, gobernando el cielo estrellado como nuestros impulsos biológicos, y el reino de la libertad moral del espíritu. Esta libertad es un trascendental, condición de posibilidad de la moralización del mundo hasta transfigurarlo en el reino de la libertad y dignidad humanas. Un ideal de eterna persecución, un horizonte. El núcleo del anhelo político ilustrado. Llegará a convertirse en en el fin de la Historia hegeliano décadas después.

 
Pero ya Antifón, contemporáneo platónico, había reseñado la diferencia entre physis y nomos, entre ley natural inquebrantable y ley moral que bien podemos infringir. 
Cabe remitir este principio de igualdad moral a la filosofía moral de Sócrates en contraposición al cinismo de la segunda hornada de sofistas, que defendían como natural el dominio y explotación de los poderosos sobre los débiles. Sócrates se cuestionaba aquí la condición natural de tal diferencia. Nacemos iguales, cualquier ser humano es intercambiable con cualquier otro en sus respectivas posiciones sociales sin afectar a su esencia común. Y en todos los casos, mejor padecer injusticia que cometerla, desde el patrimonio moral común a la humanidad.
Lo avala algo tan natural y fundamental en los mamíferos superiores como es la empatía: el otro eres tú mismo.
La teoría de juegos declara óptima la estrategia basada en la reciprocidad, espejear el uno del otro, para lograr los mejores resultados posibles, estrategias estables y robustas, en una sociabilidad que esconde en cada transacción humana un dilema del prisionero.

 

Cualesquiera dos humanos andan dotados del mismo principio divino de la razón, de la conciencia que primeramente, para Sócrates, es conciencia moral. En efecto, la conciencia siempre es social, a través de otros. Y se educa y perfecciona, según el democrático Sócrates. Platón, su discípulo nobiliario más cercano al aristocratismo espiritual innato, lo ejemplificará con ese Sócrates que demuestra a Menón la capacidad racional común entre el esclavo interpelado racionalmente y cualquier ciudadano griego libre. Ambos son partícipes de esa luz divina de la razón en el humano. Esto tan destacado últimamente por el filósofo moral Fernández Liria.
 
 
Para Aristóteles como para su representante medieval Tomás de Aquino, los principios axiológicos y normas morales poseen un fundamento en la naturaleza humana. En concreto, Tomás preanunciará el iusnaturalismo, doctrina fundamentadora del derecho positivo. Difieren de la posterior ética formal kantiana en que teorizan una ética material, cuyo contenido último es la persecución del bien. A partir de la definición del bien que le es propio a cada ser en el organigrama natural, he aquí esa fundamentación natural de la moral, tratan de deducir el conjunto de reglas éticas propias de la Humanidad.
Lo mismo que en el conocimiento científico en Aristóteles: los primeros principios generales, nous, se desarrollan racionalmente en principios y conocimientos específicos de cada ciencia en una articulación racional, la episteme. Y de la fusión de ambas, principios filosóficos y principios de las ciencias particulares, se obtiene la sophía, la sabiduría, por cierto.
El saber ético exhibirá sus propias virtudes y funciones como las ciencias naturales las suyas.
En su concepción, la razón no se opone a una necesidad mecánica natural, como para los modernos Descartes o Kant, oponiendo espíritu a naturaleza, moral a ley natural, sino que presuponen su conciliación imperiosa. La razón para ellos refleja el culmen de una Naturaleza de contenido último divino.
Primatólogos como F. de Waal nos enseñan que existiría una moral universal común a humanos y otros primates. También estos muestran conocimiento de la equidad y reaccionan ante la injusticia.  
 

 
Para Maquiavelo, Hobbes o aquellos últimos sofistas, no existe más ley moral que la del éxito en la obtención del poder social, y los ideales éticos constituyen apenas una declaración de deseos, una idealización y racionalización inerme de los desfavorecidos naturales. Un principio que parte de la radical desigualdad natural entre humanos, certificada por la desigualdad social. Lo que a partir del siglo XIX se denominó darwinismo social.
Ese es el material limitado sobre el que educar en la ilustración moral de la sociedad siguiendo principios racionales, una gesta de difícil culminación fáctica, proseguirá Kant. Por ello un ideal siempre en marcha.
 
 
Ese realismo descarnado de Juego de Tronos: la sociabilidad humana reside en última instancia en las luchas inacabables por el poder a costa de otros. Contra esto debe interponerse el ideal superior del espíritu, de la razón: eso es Kant.
El empirismo de Hume y antecesores emotivistas preferirá fundamentar la moral en las emociones, naturales, antes que pretenderla una consecución del proceder racional, como luego pretenderá Kant. Aprobar y desaprobar no son demostrar o refutar, alegará Hume.
Kant sí le secundará, no obstante, en su denuncia de la falacia naturalista, la propensión de deducir el deber ser del ser, las cuestiones de derecho de las cuestiones fácticas. A distinguir la forma moral de la configuración habitual de los hechos.
 

 Rousseau se opondrá a esta visión del humano malo por naturaleza defendiendo una bondad natural previa a un ficticio contrato social, inocencia original que el orden social existente tiende a degenerar en violencia y maldad social. Inspirado en el mito del buen salvaje de Montaigne y otros intelectuales del primer colonialismo europeo.
Inspirará a su vez al socialismo y anarquismo posteriores en su confianza en la naturaleza humana una vez emancipada de estructuras económicas y sociales perversas, en aras a una sociabilidad basada en los derechos naturales del individuo en la colectividad, y de la colectividad en el individuo.
Atención: de Kropotkin a la ciencia de Margulis, que defenderá contra el neodarwinismo del gen egoísta, de filiación liberal que prepondera la competencia generalizada, la aseveración de que en la naturaleza la cooperación predomina sobre el conflicto y la depredación.
 
 
Mucha de esta discusión ética secular quedó revelada empíricamente en el célebre experimento de la cárcel de Stanford, del psicólogo Lombardo, que se preguntaba por el poder condicionante del entorno sobre la moralidad individual.
Así como Kant habría enarbolado su texto sobre la ilustración como paso de la minoría de edad moral, heterónoma, a la mayoría de edad autónoma, emancipada de la determinación moral de los expertos, con los resultados del previo experimento psicológico de Milgram.
 
 

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