jueves, 4 de julio de 2019

4. La caverna del mito


Einstein, remarcando su vena filosóficamente racionalista, afirmaba que lo realmente incomprensible del universo es que se deje comprender, que vivamos en un universo comprensible o inteligible. Es decir, reducible a un fundamento racional expresable en leyes y ecuaciones. Comprimible su información esencial en un puñado de ideas físico-matemáticas.


El cosmólogo Martin Rees escribía hace unos años que solo se necesitan seis números o valores para la receta de construcción de un universo, y de determinado equilibrio entre estos números depende que ese universo pueda desarrollar materia, vida y eventualmente observadores inteligentes en su seno. Algo que haría las delicias de Pitágoras y el propio Platón.


El matemático J. D. Barrow apela hoy al principio antrópico: de nuestra existencia de seres inteligentes cabe deducir determinadas características de un universo inteligible (aunque lo fuera parcialmente). Todo ello sigue siendo una manifestación contemporánea del optimismo racionalista: podemos entender las entrañas de lo real porque lo real es inteligible y nuestro entendimiento procede de dicha inteligibilidad.


El platonismo sensu stricto se ha conservado intacto principalmente entre los matemáticos, como Frege, que suelen defender la realidad independiente y objetiva de entidades y estructuras matemáticas. No cabe suponerlos meros productos de la mente humana.  Gödel pretende en el siglo XX haber demostrado con su famoso teorema de incompletud que las verdades matemáticas no se dejan reducir al lenguaje simbólico con que las expresamos, que jamás llega a agotar su realidad. 
 

Por otro lado, tenemos la afirmación racionalista de que la experiencia humana suele moverse entre sombras, falsas percepciones, opiniones y prejuicios que mantienen a los hombres en una burbuja de irrealidad, o de realidad falseada, artificial y prestada. Tal es el sentido del mito de la caverna platónico. 



Lo cual desde luego posee una clara lectura política –el teatro de sombras que es la política- para el ciudadano de nuestras sociedades mediáticas, encadenado al bombardeo propagandístico y publicitario que respiramos como medioambiente, que impone ubicuamente interpretaciones, códigos, valores o patrones. Y mantiene a la ciudadanía alejada de las verdaderas cuestiones importantes. Este tipo de análisis lo vemos recuperado en el Orwell de 1984 o en el propio Chomsky, quien suele citar al filósofo norteamericano Dewey: la política son las sombras que arrojan los grandes negocios sobre la sociedad.   

 
En su vertiente ontológica esta idea ha tenido repercusiones contemporáneas tanto en la propia especulación filosófico-científica actual como en el cómic futurista y sus versiones cinematográficas. Matrix representa el símbolo de todo un elenco de películas posteriores que juegan con la idea barroca de vivir en una simulación, o quizás en un sueño más o menos organizado.
Paralelamente está la especulación de cosmólogos cuánticos como Wheeler, quien escribió hace unos años Its from bits (cosas hechas de bits). En un claro idealismo de corte actual, defiende que la realidad es de carácter informacional, resultado del procesamiento del enorme ordenador cuántico en que consiste nuestro universo.


¿Podríamos vivir en una simulación virtual, hecha de información? ¿Podríamos llegar a saber desde dentro de la simulación que vivimos en una simulación? ¿Y cómo? Tales cuestiones reverberan especulativamente en las últimas décadas literario-cinematográficas de esta incipiente era de la información, promovida por la revolución tecnológica de la informática y las redes.
Que, por cierto, tiende a perpetuar el viejo dualismo racionalista en la actual oposición hardware-software (formato material-información). No lo olvidemos del todo.


Aristóteles aliviaba este dualismo radical en su maestro Platón con su doctrina del hilemorfismo. La realidad natural resulta una composición irreductible de materia y forma. El intelecto capta la forma general en cada objeto, pero ese proceso ocurre en medio de un fundamento material común a intelecto y objeto, sistema nervioso y complexión de estímulos.
Esto nos lleva a los precursores fisiólogos de ambos, los buscadores de ese arjé, principio o fundamento, y origen de todas las cosas múltiples, a cuya unidad originaria terminan regresando en innumerables ciclos.
Pero esto nos reenvía a otra digresión diferente. Al menos pretende compensar el idealismo racionalista clásico de esta entrada, con el poso ineliminable de la materialidad, o al menos sustancialidad de la que parte todo cuadro informativo, la arquitectura de todo fenómeno.




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