miércoles, 3 de julio de 2019

3. El mundo sistema

 
Mario Bunge sostiene que el mundo se compone de sistemas. En tal sentido, el mundo en su globalidad consiste en un sistema de sistemas -siempre que convengamos en que el mundo en su conjunto comporte a un tiempo su exterioridad como su interioridad, lo que supone una de esas paradojas de la dialéctica kantiana, como ya dijimos. En realidad una cuestión metafísica que arrastramos desde el mismo Parménides-.
En todo caso, tal es el fundamento científico deseable en las cosas de la filosofía.

 
Un sistema consta de una estructura, tanto interna, como externa en relación a los elementos relevantes del entorno, y de mecanismos operantes. En concreto, todo sistema vivo intercambia constantemente materia y energía con su entorno, degradándolo entrópicamente para garantizar su subsistencia. Termodinámicamente constituye una estructura disipativa, nos dice Prigogine.  Una célula es un sistema, compuesto de elementos y mecanismos químicos funcionales al propio sostenimiento, a la resiliencia de tal sistema celular.
Y pendientes de su evolución, porque todo sistema vivo evoluciona, y por tanto es resultado de una historia evolutiva compleja, memoria significativa enhebrada tanto individual como colectivamente, ontogenética como filogenética.
 
 
La evolución compleja significa acumulación articulada de conocimiento adquirido, léase articulación estructural adaptativa cada vez más compleja. No en vano, existe una fórmula que vincula entropía negativa, es decir complejidad, e información.
Lynn Margulis y Dorion Sagan parten de esta base cuando conceptualizan todo ser vivo como una maquinaria de reducción de gradientes de su entorno: en eso consiste metabolizar, lo que en su concepción constituye el rasgo fundamental de la vida. Es un entorno con tales gradientes precisamente en virtud de su condición de sistema en desequibrio termodinámico, químico, etc. Los ecosistemas planetarios llevan casi cuatro mil millones de años evolucionando hacia mayor complejidad, a medida que el planeta madura.
Concilian así la teoría termodinámica del desequilibrio y los sistemas complejos con el acontecer biológico. Y este implica el sistema homeostático en desequilibrio constituido por el propio planeta vivo. Que es el que disemina la vida a través de nosotros y nuestras tecnologías, pero también de las bacterias inevitablemente adheridas a las mismas, seamos algo más humildes, camino de su propia reproducción como sistema vivo en el espacio exterior.
 
 

También una familia, una parroquia, un estado moderno constituyen sistemas. Sistemas sociales. En las redes de socialización cada individuo repercute en esas redes en que se inscribe lo mismo que estas lo determinan como nodo. 
Estas herramientas conceptuales de Bunge unifican el análisis de trasfondo, tanto para las ciencias naturales como para las ciencias sociales. Nos permiten un mismo marco paradigmático, filosófico, de análisis.
Y la defensa del emergentismo unifica diacrónicamente los distintos sistemas y subsistemas que integran el mundo, los alinea todos en un mismo esquema histórico. Los coloca en su posición en la red universal que se extiende por espacio y tiempo. La propia vida constituye una red tal que cualquier ser vivo de cualquier época está conectado en finitos pasos con cualquier otro de cualquier otra era.
De la energía emerge la materia inorgánica, de esta la orgánica que sirve de fundamento a la vida, con sus reglas emergentes propias, y de la vida a la inteligencia simbólica, universal.
 
 
 
Pero la filosofía, avisó Marx, se ha ocupado de interpretar el mundo, y no lo suficiente de transformarlo. De humanizarlo. Algo que suscribiría el materialista Bunge, alineado en la izquierda social.
Se trata finalmente, como señaló elegantemente Marx, de transicionar de las cosas de la lógica a la lógica de las cosas.
Intentarlo al menos, movidos por ideales ilustrados de transformación, de perfectible mejora humana, de progreso moral, sin los cuales la humanidad sería invivible. Aunque fácticamente quizás lo sea, que sugería Kant respecto a nuestra sociabilidad insociable, en la línea hobbesiana a la hora de caracterizar nuestras inclinaciones (¿naturales?)
La pregunta filosófica aquí es si esta viabilidad resulta posible, ni siquiera digamos ya factible, si la comprensión puede procurar su transformación ético-práctica. O si acaso sea imposible, si seguimos a Nietzsche en su idea de que la moralización del mundo sea apenas la gran ilusión occidental.
Y no obstante hay sistema en su locura, sentenció Hamlet. Sí, ¿pero en cuál de ellas en este caso?


Marx estudia, de hecho, durante toda su vida el sistema capitalista, sus estructuras y engranajes de perpetuación. Y sus consecuencias sociales, culturales e históricas. Trata de entender para dotar de sentido a las luchas populares, comunales de su época contra un sistema centralizado en una clase social acaparadora que vive por y para el beneficio económico, caracterizado hoy como acumulación por desposesión de los bienes materiales y simbólicos comunes, en palabras del geógrafo marxista David Harvey, en virtud de su dominio patrimonial sobre la tecnología productiva y recursos estratégicos, en formas crecientemente depredadoras. Marx se posiciona y querrá auscultar las posibilidades liberadoras de la implosión de dicho sistema capitalista a partir de sus propias contradicciones. Esto se traducirá en un impulso social revolucionario.
Los teóricos de hoy, más agoreros ante el colapso multidimensional en ciernes, prefieren avisarnos de que bien podría ser que no haya potencias emancipadoras a la vuelta de la esquina del alienante y expropiador modo de producción material y de valor en que vivimos inmersos. Ay.


En cualquier caso, cómo hemos transitado aquí desde el mundo sistema hasta el imperante sistema mundo (en la conceptualización de Wallernstein, otro insigne marxista). Hacemos filosofía.



 
 
 

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