jueves, 4 de julio de 2019

5. El pensamiento arcaico


Es un eje común del primer pensamiento lógico en Occidente: bajo el mundo múltiple subyace una unidad de partida. Y como dijimos, de llegada. No cabe concebir nada exterior a ese circuito del ser y sus representaciones.
 
 
Ergo partimos de la plena conciencia de que vivimos inmersos en una trama de apariencias que representan lo real. Nacen de su expresión y regresan su seno. Son reales en tanto que vinculadas a la sustancialidad originante de la que forman parte, en férreas cadenas parmenídeas o heraclíteas.
 
 
Lo decía Anaximandro: de allí de donde surgen las cosas allá vuelven, y pagan su injusticia, su asimetría de existir las unas a las otras siguiendo el orden del tiempo, su ley inexorable, también su ritmo armónico señalado por Pitágoras: pero a partir del conflicto, de la contradicción dialéctica de Heráclito.
Igualmente lo decía Parménides del recorrido circular de la verdad redonda, que llevaba místicamente a cabo en carruaje fastuoso (como luego lo será el del alma en Platón).
 
 
Todos ellos buscan un arjé, origen y fundamento de la multiplicidad de los seres. En este sentido original cabe entender este pensamiento como arcaico, y así se ha hecho a lo largo del siglo XX siguiendo a Nietzsche. Prístino y salvaje. 
 
 
Los materialistas milesios se centran en la materialidad de ese origen. Como grandes naturalistas anticiparán la evolución geológica y la animal, incluso la tesis antropológica que no renacerá hasta veinticinco siglos después de que pensamos porque estamos dotados de manos con un pulgar oponible para manipular el entorno y extraer su información. En esta línea los atomistas ponen las bases de lo que será la comprensión de la física moderna y entienden el pensamiento como una interacción atómica, energética entre entorno y configuración nerviosa.
 
 
Los más lógicos, apegados al logos en tanto razón, medida, concepto universal, discurrirán en términos de un principio lógico de sentido en todas las cosas, la inteligencia abstracta que las permea, que arquitectura los fenómenos en tales férreas cadenas. Parménides, Heráclito, Pitágoras: el logos que todo lo articula, el principio unificador que las distribuye y engarza. Lo real en la interioridad común de todas las cosas es fundamentalmente inteligible, al tiempo que conflictivo y tormentoso. Heráclito repara en la naturaleza catastrófica del universo, somos residuos de un universo energético y furioso en su expansión, "basuras al azar", rescoldos apagados de estrellas muertas violentamente, sabemos hoy.
El ser sin opuesto lógico posible ni pensable. Y el juego de azar y necesidad se difunde a través de su expansión apariencial, en forma de una armónica naturaleza emergida del conflicto de los contrarios, de una tensión insuperable en el corazón del mundo. El juego del dios que lanza los dados, nos dirá el clásico, tal y como lo recogerá Nietzsche.
 
 
El momento inaugural en que el ser brilla por sí mismo ante la conciencia griega, nos dirá un enfebrecido Heidegger.
Pero en definitivas cuentas el momento inaugural de las bases del conocimiento universal que hoy llamamos científico. Que nunca dejará de estar ligado al arrebato de grandes intuiciones de origen místico. Eso es lo que un positivismo decimonónico que aún arrastramos, de lógica de vía estrecha y vuelo gallináceo puede habernos hecho olvidar.


Pensémoslo en el propio mito de la caverna platónico. Frente a la doxa mayoritaria de la que nos precavía Parménides, basada en el mero saber empírico respecto a sombras, reflejos, está la episteme, conocimiento cierto y objetivo de los universales, que se especializa en dos escalones sucesivos: el pensamiento lógico-discursivo (dianoia) que recorre el paraje de las realidades y verdades matemáticas eternas, el reino de lo lógico y cuantitativo en la base de la pirámide de las Ideas: los reflejos de la realidad en el agua o a la tenue luz de la luna. Y al fin el pensamiento dialéctico mediante el que se asciende a la contemplación directa, la intuición (noesis) de los objetos exteriores, las Ideas cualitativas como Belleza o Justicia: un eventual hospedaje en lo eterno antes de volver a caer desde la abstracción en la prisión material y temporal del confuso cuerpo (el regreso a la caverna).
Es obvia la carga místico-meditativa camino de la iluminación de esta concepción platónica. El instante en el corazón de la temporalidad en que el creador, filósofo, artista, científico, contempla de un solo golpe de vista la verdad unitaria, que encaja todas las piezas del puzzle dispersas durante muchos años de tanteo ciego, en una sola visión (eso significa idea en el griego platónico).

Mozart aseguraba tener sus óperas ya montadas en la cabeza de una sola vez, El resto era garabatear trabajosamente.


O cómo la unidad de partida, que era nuestro punto de partida, procede a su desarrollo serial, espaciotemporal. Para que luego los oyentes nos acerquemos en el éxtasis musical a ese instante de plenitud original de nuevo, que nos expulsa del tiempo del resto de las cosas. Nos devuelve propulsados al origen pleno y redondo de la obra, múltiplemente armónica. Por ponernos pitagóricos, para quien el universo era música. Y la música, matemáticas.





 

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